El resentimiento volvió a ser negocio

Usurpaciones de campos y de casas, destrucción y profanaciones en el sur por organizaciones terroristas disfrazadas de aborígenes, quema de la bandera nacional, amenazas de todo tipo contra la propiedad, incendios, liberaciones de presos peligrosos. El resentimiento volvió a ser negocio y de los mejores. No tanto un negocio para quienes son envueltos por esa tóxica emoción; casi nunca lo es para ellos. Lo es, en cambio, para sus instigadores, para los que incentivan la envidia mientras lucran con ella.

Así ha sido desde el comienzo mismo de la historia. El resentimiento es un mal primigenio; está en el relato de Caín y Abel, la primera confrontación de los hombres sobre la Tierra. Si a pesar de esa “alcurnia” todavía no nos familiarizamos con él, eso ocurre porque se trata de un sentimiento demasiado vergonzante como para ser nombrado. El sociólogo Helmut Schoeck escribió que la envidia es una emoción extraña, que casi nunca se confiesa en público y que provoca tanto pudor que incluso rara vez se acusa a otro de tenerla.

La Nación

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